Parece que ha llegado la hora. Aunque suene a frase hecha, en mi caso así es. Hace mucho que no escribo, más de seis años, y durante todo ese tiempo cree en mi cabeza mil y un textos, pero ninguno llegó a la hoja en blanco.
La semana pasada, como si el destino hubiera marcado una flecha blanca en la carretera indicando un camino, varias personas, distantes entre sí, me instaron y aconsejaron a volver a escribir. Mi marido, mi terapeuta, mi psiquiatra, mi profesora de yoga y hasta mi maestra de pintura (encargada de abrir este espacio mientras estabamos en el taller) me preguntaban porqué no escribía.
Así que aquí estoy, sentada en una sillita, con la compu en un escritorio que por falta de lugar aterrizó en mi habitación conyugal hace unas semanas, frente a la ventana por donde entra la luz de un tibio sol invernal. Me interrumpe Olivia, nuestra perra boxer de tres años, que pretende salir a chusmear al jardín del frente, e intento que vuelva a dormir frente a la salamandra sin hacer ruido, así no se despierta Benicio, el chiquitín de la casa, quien duerme su siesta plácidamente. Es que ya se va haciendo la hora de ir a buscar a Santino, mi primer hijo de seis años, que está en el colegio.
Si bien quien escribe suele hacer algún tipo de representación mental del lector al que interpela con aquello que plazma en su texto, en mi caso no lo voy a hacer así. Todo lo que aquí publique será sin ánimo que alguien lo lea. Más bien lo haré como un tipo de diario, de agenda de aquello que hago, que me gusta o que quiero contar, sacar para afuera, aún sin que nadie se entere. Esa es la única forma que por ahora se me ocurre sentarme a escribir, y creo que a más de uno que arma un blog le debe suceder.
Hace un tiempo inicié un recorrido que sigo transitando. A partir de tener ataques de pánico, empecé a valorar otras cosas. Darme cuenta con quiénes de mi entorno podía contar, a buscar espacios para mi y para la pareja, y sobre todo a disfrutar más de la familia y los afectos.
Tengo dos niños chicos. Santino, de seis años, y Benicio de año y medio. Estoy casada con Darío, hace once años y estamos juntos hace veinte. Nos conocimos cuando tenía 15 y él 17. Después de nueve años nos casamos, terminamos nuestros estudios (él, Diseño de Imagen y Sonido y yo, Ciencias de la Comunicación), y empezamos a contruir nuestra familia.
Hoy dentro mío hay muchas Natalias. La madre, la esposa, la hija, la hermana, la amiga, la ama de casa y la mujer. Es justamente a esta última versión mía a quién comencé a darle más protagonismo. Hago yoga y eutonía, voy a terapia y una vez por semana paso toda una tarde en un taller de pintura, que además de pintar, se chusméa, se comparte un té o un mate.
Y ahora también escribo.